La Amazonía enfrenta una degradación acelerada que preocupa al mundo

La conferencia climática COP30 tendrá lugar este año en Belén, en el norte de Brasil, una ciudad considerada puerta de entrada a la Amazonía. El encuentro ocurre diez años después del Acuerdo de París y en un momento en el que las emisiones globales siguen en aumento. La mayor selva tropical del mundo, esencial para absorber CO₂, será clave en los esfuerzos para frenar el calentamiento global, aunque su propio futuro es incierto tras décadas de deforestación y nuevos impactos derivados del clima.

En el estado de Pará, cuya capital es Belén, los niveles de destrucción del bosque se encuentran entre los más elevados de toda la región amazónica. La selva abarca más de 6,7 millones de kilómetros cuadrados y concentra miles de especies únicas, desde plantas y mamíferos hasta reptiles, anfibios y peces. También alberga numerosos pueblos indígenas y constituye una fuente vital de agua dulce gracias al río Amazonas y sus más de 1.100 afluentes, que influyen en los sistemas climáticos regionales y globales.

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A pesar de ser uno de los sumideros de carbono más grandes del planeta, algunas zonas degradadas han comenzado a emitir más CO₂ del que capturan. La Amazonía también es un recurso para alimentos, medicinas, madera, metales y potenciales reservas de petróleo y gas. Sin embargo, la pérdida acumulada supera el 20% del bosque original, con otra porción similar gravemente degradada por actividades humanas como la agricultura, la ganadería, la tala y la minería, sumadas ahora a la sequía y al aumento de temperaturas.

El punto máximo reciente de deforestación se registró en 2022, con casi 20.000 km² talados, un 21% más que el año anterior y la cifra más alta desde 2004. Aunque en 2023 Brasil redujo a la mitad la deforestación en su territorio, estudios posteriores detectaron daños severos y posiblemente irreversibles en varias zonas. Además, los incendios forestales se intensificaron: en septiembre de 2024 se reportaron 41.463 focos, el registro más alto para ese mes desde 2010, según el INPE.

En los últimos años, los ríos de la selva amazónica han registrado niveles de agua inusualmente bajos.

Científicos advierten que la crisis climática interrumpe procesos esenciales del ecosistema. Uno de ellos son los “ríos voladores”, flujos de humedad transportados por la selva a través de la evapotranspiración. Estos sistemas internos dependían de grandes áreas continuas de bosque intacto, pero la deforestación y la degradación están rompiendo la circulación de humedad. Esto afecta especialmente a la Amazonía occidental, incluyendo el sur de Perú y el norte de Bolivia, que dependen de la humedad generada en Brasil.

La selva sigue almacenando enormes cantidades de carbono —71.500 millones de toneladas métricas en 2022—, pero su capacidad está siendo erosionada por la deforestación y las sequías prolongadas. Expertos advierten que, si esta tendencia continúa, grandes zonas podrían convertirse en emisores netos de CO₂. La pérdida de la Amazonía, sostienen los científicos, significaría perder una de las piezas más importantes en la lucha global contra la crisis climática.

Fuente: BBC

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