Una imagen de archivo de un macaco junto a su madre. / Martin Harvey
Hacer música, mover la cabeza y marcar el compás con el pie parece algo muy humano. Sin embargo, un nuevo estudio sugiere que no somos los únicos con “swing”. Un equipo de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) demostró que macacos pueden sincronizar sus golpes con el ritmo de canciones reales, incluido un clásico de Barry White. El trabajo, publicado en la revista Science, pone en jaque una de las teorías más influyentes sobre el origen del sentido del ritmo.
Hasta ahora, dominaba la hipótesis del aprendizaje vocal. Según esta idea, solo especies capaces de aprender vocalizaciones complejas, como humanos y algunas aves, pueden percibir un ritmo musical y coordinarse con él. Los macacos no entran en ese club: sus vocalizaciones no cambian según la experiencia social. Aun así, el equipo liderado por Hugo Merchant, jefe del Departamento de Neurobiología del Desarrollo y Neurofisiología de la UNAM, mostró que estos primates pueden seguir el compás de canciones completas.
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El experimento se realizó con dos macacos adultos, Gilberto y Tomás, previamente entrenados para golpear una superficie al ritmo de metrónomos. Luego dieron el salto a la música real. Los investigadores los condicionaron para que marcaran el ritmo de tres temas de 129, 82 y 68 pulsaciones por minuto. Entre las canciones estaban You’re My First, My Last, My Everything de Barry White, A New England de Billy Bragg y una danza renacentista. Cuando acertaban el tempo, recibían una recompensa.
Para comprobar que realmente seguían la música y no solo una señal visual, el equipo desplazó la indicación de inicio. Si los monos dependían solo de esa pista, su patrón de golpes no cambiaría. Sin embargo, ajustaron la fase de sus movimientos según el ritmo de las canciones. Lo más llamativo llegó después: cuando se les permitió golpear a cualquier intervalo, sin obligación de seguir un tempo concreto, continuaron sincronizándose espontáneamente con la música. Incluso con temas nuevos, como explicó la investigadora Vani Rajendran, los macacos tendían a elegir el ritmo correcto.
El hallazgo no convence a todo el mundo por igual. El neurocientífico Asif Ghazanfar, de Princeton, señaló que las habilidades observadas no son conductas naturales, sino respuestas condicionadas por recompensas externas. Lo comparó con un mono entrenado para montar en bicicleta. Aun así, Merchant subraya un punto clave: aunque los macacos no “bailan” de forma espontánea, la maquinaria audiomotora necesaria para esta conducta compleja ya existe en su cerebro.
Los autores proponen la “hipótesis de los cuatro componentes”. Según este modelo, seguir un ritmo musical requiere un sistema auditivo que detecte patrones, un reloj interno predictivo, un sistema motor anticipatorio y un circuito de recompensa. En humanos, ese circuito añade algo extra: placer. No solo vamos a tiempo, también nos gusta.
Mirando al futuro, el equipo ve aplicaciones clínicas. Rajendran menciona terapias para párkinson que usan música para mejorar el movimiento. Entender cómo se conectan los sistemas auditivo y motor, gracias a modelos como estos macacos “fans” de Barry White, puede ayudar a explicar por qué una canción, literalmente, pone en marcha el cuerpo.
Fuente: Cadena Ser
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