Salud

Callarse para evitar conflictos puede ser autodestructivo

Callar para evitar conflictos no es signo de madurez, sino una forma de anularse. La psicología advierte sobre sus efectos emocionales duraderos.

Imagen ilustrativa. Xataka

La idea de que callarse ante un conflicto es signo de sabiduría o madurez ha sido reforzada culturalmente durante generaciones. Sin embargo, psicólogos advierten que este patrón puede derivar en la anulación de la propia identidad y en serias consecuencias emocionales. Evitar tensiones a toda costa no garantiza armonía, sino que puede convertirse en una forma silenciosa de autodestrucción.

El psicólogo Luis Miguel Real sostiene que el silencio permanente ante situaciones incómodas no es un gesto de autocontrol, sino de sumisión. Lejos de resolver, esta actitud acumula frustraciones y mensajes implícitos de que las propias necesidades importan menos. A largo plazo, afecta la autoestima y debilita el sentido de identidad.

Este fenómeno se repite en múltiples ámbitos: parejas, entornos laborales, familiares y amistades. En muchos casos, el silencio no nace del deseo de armonía, sino del miedo a las consecuencias de hablar. Según el psicólogo Mario Arzuza, esto suele estar vinculado a experiencias de infancia donde el conflicto fue asociado al castigo, la violencia o el abandono.

La psicopedagoga Sylvie Pérez advierte que muchos adultos callan porque aprendieron, de niños, que hablar traía consecuencias negativas. El uso del silencio como castigo, también conocido como “ley del hielo”, deja huellas duraderas: genera culpa, desconexión emocional y una predisposición a evitar todo tipo de confrontación.

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La psicología subraya que el silencio crónico no solo desgasta a quien calla, sino que debilita los vínculos. Para Sheila Heen, experta en conflictos de Harvard, evitar conversaciones difíciles termina deteriorando la calidad de las relaciones. El problema no es discutir, sino no hablar nunca de lo que duele.

El silencio autoprotector, aunque distinto, puede confundirse con la ley del hielo. Mientras uno es un mecanismo de defensa, el otro busca castigar activamente al otro. Ambos, sin embargo, comparten una carencia: la ausencia de diálogo honesto como vía de resolución de conflictos.

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Romper con este patrón no es fácil, pero es posible. La clave está en aprender habilidades de comunicación asertiva, tolerancia a la incomodidad y autorregulación emocional. Nombrar lo que molesta, expresar lo que se siente y marcar límites no significa crear problemas, sino dignificarse.

En definitiva, evitar el conflicto no siempre es signo de paz. A veces es rendirse antes de hablar. Y cada renuncia silenciosa cuesta algo: autoestima, vínculo o salud mental. Porque lo que no se dice, no se esfuma; se enquista. Aprender a hablar, sin agredir pero sin renunciar, es el verdadero signo de madurez.