La fatiga es común en el día a día, pero cuando persiste incluso en actividades menores y no mejora con descanso, puede tratarse de algo más serio: el síndrome de fatiga crónica (SFC). Este trastorno va más allá del cansancio común. Su impacto en la calidad de vida es profundo, pues sus síntomas incluyen fatiga extrema, problemas de concentración, pérdida de memoria y dificultades en las actividades cotidianas.
Según el doctor Joaquim Fernández, jefe de la Unidad de Síndromes de Sensibilización Central del Hospital Clínic Barcelona, el SFC se diferencia del cansancio común porque la fatiga se presenta en actividades menores o persiste a lo largo del tiempo, deteriorando la calidad de vida y contribuyendo al aislamiento social de quienes lo padecen.
Además de la fatiga persistente, el SFC presenta síntomas que afectan distintos aspectos de la vida. Estos incluyen dolor muscular y óseo, problemas para dormir, cefaleas, inestabilidad, y en algunos casos, fiebre leve. También pueden surgir síntomas menos evidentes como inflamación de ganglios, sequedad de piel, alteraciones en el ritmo intestinal y mayor sensibilidad a factores ambientales. Los pacientes experimentan diferentes grados de afectación, desde una reducción en sus actividades diarias hasta la incapacidad total para realizarlas.
El SFC no cuenta con pruebas específicas para su detección, pero su diagnóstico se basa en la duración y persistencia de los síntomas. Para ser diagnosticado, el paciente debe presentar fatiga durante al menos seis meses y no tener otras patologías que expliquen el cansancio. Además, deben manifestarse al menos cuatro síntomas adicionales, según explica el doctor Fernández. A pesar de su naturaleza crónica, el SFC no es degenerativo, aunque afecta significativamente la vida diaria.
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Algunas personas son más propensas a desarrollar SFC. Los factores genéticos y patrones de conducta desempeñan un papel importante, y quienes tienen un carácter perfeccionista o han atravesado situaciones de estrés intenso podrían estar en mayor riesgo. Además, se ha observado que el SFC es más común en mujeres, debido a factores hormonales, y la falta de actividad física regular o hiperlaxitud ligamentosa también podrían aumentar la probabilidad de desarrollar el síndrome.
Actualmente, no existe un tratamiento específico para curar el SFC. Los medicamentos se utilizan para aliviar síntomas como dolor, insomnio o problemas de estado de ánimo, aunque algunos fármacos pueden empeorar la condición. La recomendación principal es el ejercicio moderado, especialmente el aeróbico, y apoyo emocional, tanto individual como grupal. La alimentación saludable y evitar el sobrepeso también son factores clave para manejar la enfermedad. Algunos pacientes encuentran alivio temporal en terapias alternativas, como la acupuntura.
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Aunque el SFC no tiene cura, los expertos recomiendan adoptar hábitos saludables para sobrellevar sus síntomas. Llevar una dieta balanceada, realizar ejercicio moderado y mantener un buen apoyo emocional ayudan a los pacientes a mejorar su calidad de vida. Es fundamental que quienes padecen este síndrome aprendan a reconocer sus límites y a buscar estrategias que les permitan gestionar los síntomas de manera efectiva, evitando el empeoramiento de su condición.
Fuente: La Vanguardia